jueves, 12 de febrero de 2009

P'aquí, p'allá

Después del relax inicial de principios de año (el primer mes suele ser tranquilo), comienza el estres propio del primer trimestre. Tradicionalmente el primer trimestre suele iniciarse pooooco a poooooco (es decir en una escala de 0 a 10 de estrés, en donde el 0 es la tranquilidad absoluta, y el 10 es la plena locura... yo suele estar a estas alturas en un 3ó4). Sin embargo, desde hace un par de años, a finales de marzo no es que acabe con un 10, sino que me paso de la escala con mucho.

El mes de marzo suele ser el mes del año en el que junto con diciembre, se abren y finalizan todos los plazos. Así que te ves en la necesidad de dar por finalizado todo lo que tienes hasta ese momento, y preparar todo lo que vendrá a partir de ahí. Tus jornadas laborales se duplican en horas, tus horas de sueño disminuyen en de manera inversamente proporcional al aumento de horas, y tu humor está caracterizado por momentos de euforia-agotamiento.

¿Como sobrevivir a ello sin desfallecer en el camino? Pues alternando todo eso con pequeñas escapadas y rupturas en la monotonía que te permiten olvidar el trajín semanal. Así que desde mañana mismo, se abre para mi la veda de los momentos Kit-Kat.
¿Que en qué consisten? En fin, si alguien cree que me dedicaré a ir de balneario en balneario, está muy equivocado. Esta temporada suelo aprovecharla para viajar... a la vez que estoy en cursos de formación (sí, así que el relax es relativo). Aprovecho para irme lejos a un curso un día (por ejemplo un viernes o un sábado), y dedicar el resto del fin de semana a estar con los amigos o visitar ciudades que de otro modo, no podría hacer.

Después de cuadrar fechas, horarios, aviones y trenes... mi mes de marzo consistirá en realizar todo el trabajo de lunes a jueves, para el viernes madrugar, coger el primer avión de la mañana (a esas horas en las que los pilotos todavía tienen las legañas puestas), y volar a la capital; curso hasta el sábado a mediodía... respiro para comer, y quedar con los amigos o familia. El domingo en un avión me volveré para mi casa y tras dormir unas 6 horas vuelta al trabajo... así hasta el siguiente fin de semana.

Así que sí, me pasaré un mes corriendo de un lado para otro, y frecuentando los aeropuertos. Sólo deseo (como tantas otras veces que viajo), que no tenga que sufrir retrasos y demás, y no terminar haciendo la segunda parte de "La Terminal".

Para agilizar todo esto, he pensado en llevarme una maleta con la ropa necesaria para los fines de semana del mes, dejarla en Madrid, y traérmela de vuelta el último día. De este modo, no tendría que preocuparme de facturar, hacer-deshacer 4 semanas la maleta, etc... Simplemente me iría con lo puesto (me lo estudiaré seriamente).

En fin, no sé si llegado el 31 de marzo habré desconectado, perdido las maletas o perdidos 5 kilos de masa corporal con tanto movimiento... Al menos me consuela saber que la semana santa estará ahí al lado (en esos momentos adoraré que nuestro Estado, aún siendo laico, celebre las fiestas del catolicismo conviriténdolas en festivos)

miércoles, 4 de febrero de 2009

Tic-tac-tic-tac

Tic-tac-tic-tac

No me gusta tener una vida preprogramada, pendiente de horarios, corriendo a todos lados: X horas de trabajo, una hora para comer, 5 minutos para el teléfono, quedar con tal o con cual, estar pendiente de las salidas de los demás (fichar, la campana que suena, la alarma...).

Hace años era una persona dependiente del tiempo, era incapaz de vivir sin llevar puesto el reloj que no me quitaba ni para dormir (en parte imagino que por la pereza de tener que ponerlo todas las mañanas). Lo consultaba cada pocos minutos y el día en el que iba sin él me daba la impresión de que el tiempo se pasaba o muy rápido o muy lento, pero no llevaba ese tic-tac constante.

Años más tarde y sin saber muy bien cómo, he conseguido abandonar esa "dependencia" y los relojes han quedado relegados a un cajón. Es posible sobrevivir sin esa maquinita en la muñeca, ya que siempre tendremos una a mano: en el ipod, el teléfono móvil, los termómetros gigantes que hay por las calles, las pantallas del autobús-metro... Sin embargo, yo he encontrado otros "marcadores" que me ayudan a situarme en el tiempo y darme cuenta de si voy con tiempo o con retraso.

Pero... ¿podemos evitar el vivir bajo el yugo de las manecillas de reloj?. Lo cierto es que no, y con alguna excepción lo cierto es que todos estamos en la misma situación. Si tenemos un horario más o menos fijo, nos daremos cuenta como todo lo que se sitúa a nuestro alrededor responde también a un orden, un cómo y un cuándo, es cuestión de prestar atención. Cogemos el transporte todos los días a la misma hora en la misma parada las mismas personas (y años después seguimos sin hablarnos), nos cruzamos en las escaleras dos calles más abajo con el mismo señor (y en función del escalón en el que nos crucemos sé si voy con retraso)...

Por una parte me gustan las rutinas (dan seguridad a mi vida) y me ayudan a predecir lo que vendrá a continuación en vez de dar paso al caos. Sin embargo, en otras ocasiones me veo en la prisión del tiempo. Es ahí cuando desearía poder tirar de la manecilla del reloj para que los segundos dejaran de correr, poder coger aire profundamente y disfrutar.