domingo, 31 de mayo de 2009

De falsas Princesas (y también Príncipes)

Desde mi más tierna infancia he tenido claro que los príncipes y las princesas son cosa de cuentos, que paseando por la calle no me voy a encontar a la Bella Durmiente en medio de Gran Vía. La realeza con todos sus cosas maravillosas pertenecen a la ficción, mientras que los mortales vivimos en un mundo real que no se termina al cabo de 40 páginas.

El caso es que ahora en pleno siglo XXI todo se ha vuelto del revés. Los niós quieren vivir la vida de los adultos, los adultos seguir siendo como niños (o al menos como jóvenes de 20 años), y los de 20 años aspiran a convertirse en falsos príncipes yo máximos representantes de la perfección.

Los arquetipos de las sociedades de antaño (reflejados en obras literarias, esculturas y pinturas) hoy se nos presentan por medio de actores, modelos y todo aquello que salga en al televisión. Queremos destacar en todo, y si no, por lo menos en algo. Queremos ser príncipes perfectos, cuando realmente la perfección no existe, por lo que no hacemos más que perseguir un sueño inalcanzable que puede realmente acabar con nosotros (en el más literal de los sentidos). Dietas de inanició, sentimiento de culpabilidad, imágenes distorsionadas, falsas creencias, eternidades en el gimnasio, rechazo hacia uno mismo... así podría rellenar una página entera.

Entre todos, (y aquí nadie puede eximirse de culpa) hemos contribuído en algún modo mediante nuestros comentarios o actitudes, a formar el arquetipo de una única imágen de lo que para nosotros es "lo perfecto". Digo imágen porque hablamos de exterior (hemos olvidado el interior, total, no se ve), y digo única porque parece que aunque tengas 10 años o 60, tienes que responder a unas mismas características que entre todos hemos prefijado.

Hoy se habla de dos princesas. Valiente totnería, todo el mundo sabe que las princesas sólo existen (o deberían existir) en los cuentros. Un peligroso juego del que participan hoy en día tanto chicas como chicos de 20 años, como adultos y todavía niños de 12. Lástima que en estos casos no se pueda acabar el cuento con la frase de: Y fueron felices y comieron perdices.

Y mientras un tercio de la población presenta obsesidas y otro tercio de la población se muere de hambre, el tercio restante decide (¿o será que les hemos empujado?) no comer. Esa es la radiografía de la sociedad del siglo XXI, repleta de princesas y también príncipes de porcelana: pálidos, esquléticos y frágiles.

Dedicado a todos los que hoy ya no podrán leerlo

lunes, 4 de mayo de 2009

Alternativas a la farmacología

En épocas de cansancio, estrés y cambios climáticos bruscos, nuestra salud se resiente. Si a todo esto añadimos distintas variables contextuales: crisis, paro y alertas por epidemias de gripe, nuestro humor seguramente se vaya desvaneciendo y la mala leche vaya aumentando.

Hay quien para combatir todo esto tiraría de un cóctel de fármacos antidepresivos, antihistamínicos, y anti todo. Otros decicidimos afrontar todo esto rompiendo con la monotonía de vez en cuando: cambiar de aires, ver a gente que hace tiempo que no ves y realizar actividades que generalmente no puedes hacer.

Así que aprovechando un par de días festivos me cogí los bártulos, un billete de avión y puse tierra y aire por medio destino a un concierto. Y claro, ya que te vas a 600km a un concierto (el mismo que esa misma semana está a 150km de tu casa); aprovechas el palizón para visitar sitios nuevos, entrar en locales en los que nunca entrarías (cuestiones de diferencias de clase "social" y gustos musicales), levantarse pronto (imprescindible para que las pocas horas que tienes te cundan), descargar adrenalina descendiendo montañas de nieve a mucha velocidad, y conocer gente nueva.

El resultado final cuando vuelves no puede ser mejor: la concepción del tiempo se vuelve distinta y los 3 días que pasas fuera te dan la sensación de 2 semanas, no tienes tiempo para pensar en nada relacionado con tu vida habitual (genial), y aunque estás tan cansado que eres incapaz de dormir (paradójico, ¿no?), te vuelves a tu casa con una extraña sensación de relajación y felicidad esperando con ansia que llegue el próximo paréntesis (siempre improvisado).